GANDINI DESTACÓ QUE CON WILSON SU GENERACIÓN APRENDIÓ A DIALOGAR CON QUIEN PIENSA DIFERENTE

Cámara de Representantes
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Una semblanza de un Wilson Ferreira protagonista de tiempos distintos, de quien entendió el país como nadie, transformador de estructuras y que con hechos demostró que el país siempre está primero, el Presidente de la Cámara, Jorge Gandini, fue el último orador de una larga sesión donde se le tributó homenaje al caudillo blanco.

Durante el mismo también hicieron uso de la palabra los senadores Javier García, Jorge Larrañaga; Ruben Martínez Huelmo, Pablo Mieres; Rafael Michelini y los diputados Fernando Amado, Juan José Olaizola, Eduardo Rubio y Nicolás Viera

En su exposición, Gandini recordó al Wilson Ministro, que con 35 años se tomó en serio la necesidad de transformar al Uruguay y de allí la idea de un país forestal, de la necesidad de agregarle valor a la producción, de estudiar la tierra y su potencial, de combatir el minifundio y el latifundio.

Recordó también al Wilson político, al protagonista del cambio, a quien generaba ilusión, a quién sobresalía en un mundo de enfrentamientos, al defensor de los valores fundamentales, al líder capaz de interpretar a las grandes mayorías nacionales.

En su pasaje manifestó que fue aquél hombre el que le enseñó a una generación combativa que dialogar con el que piensa igual es fácil y que lo importante era acordar con el que es diferente.

Recordó al Wilson que, al retorno, con coraje y dignidad se despedía de su gente para seguir defendiendo la libertad.

Y, por último, recordó aquél hombre que lejos de cobrar cuentas, sorprendió a todos con la idea de la gobernabilidad.

 

A continuación transcribimos la exposición del diputado Jorge Gandini.

Señora presidenta:  antes que nada quiero saludar a Babina –Silvia– y Juan Raúl –sus hijos que están aquí–; a Gonzalo, que no ha podido venir; a sus nietos; a sus familiares, que llevan su apellido y su sangre, lo honran y deben tener el terrible y pesado deber de honrarlo todos los días. También quiero saludar a sus amigos de los primeros tiempos. Por allí veo a uno que fue muy conocido y que es un entrañable amigo, el expresidente de esta Cámara, don Luis Ituño. También veo a Sergio Basaistegui y a otros que ocuparon un lugar de lucha y de militancia más anónima, como Guillermo Seré, wilsonista de toda la vida, y otros más jóvenes, como Reina, a quien veo allí.

Quiero saludar a los legisladores de todos los partidos que están presentes en sala y que se han sumado a este homenaje, con sus palabras y con su respeto: a los que comparten ideas con el partido de Wilson y a quienes integran los partidos de los cuales Wilson fue implacable adversario durante su vida, a pesar de lo cual se ganó el respeto de todos.

Saludo a las autoridades del Poder Judicial que nos acompañan, al ex vicepresidente de la república, a quienes lo conocieron y a los que no.

Traía un discurso, pero he decidido guardarlo porque en sala ya se ha dicho mucho, se ha contado sobre él, se lo ha leído, se lo ha citado, lo hemos visto, lo hemos escuchado y prefiero dejar fluir respecto a un hombre que explica en buena medida por qué este Partido Nacional tiene ciento ochenta y dos años, por qué tantos años estuvo en el llano y está orgulloso de haber sido constructor de esta patria y de esta república, por qué  ha sabido encontrar un lugar a pesar de no gobernar el país y sentir que lo ha gobernado. Wilson es de esos que ha dejado huella y nosotros somos de esos que vamos detrás de su huella. 

Quiero rendirle homenaje al protagonista de todos sus tiempos, porque Wilson fue protagonista de muchos tiempos diferentes. Hay un Wilson que fue ministro de Ganadería a los 35 años, que se tomó en serio transformar este país y recorrió el camino de estudiarlo y entenderlo convocando a los mejores, desde la Universidad de la República que puso al contador Enrique Iglesias en aquella CIDE, hasta la convocatoria de todos aquellos que pudieran aportar algo –vinieran de donde vinieran– para entender la esencia nacional y el potencial que el país tenía para salir adelante. Lo entendió y propuso los cambios desde ese ministerio, con paquetes de leyes y con medidas que se adelantaron a tantos otros que no se entendieron ni en su partido ni en los demás. ¡Pero alumbró! ¡Alumbró la idea de un país forestal, no para hacer muebles, sino para hacer pasta de celulosa! ¡Alumbró sobre la necesidad de investigar permanentemente para agregarle valor a nuestra producción primaria! Así nació Las Brujas, como un lugar para estudiar y aportar conocimiento a los sectores granjeros; nació el INIA, para estudiar nuestra tierra y su potencial; nació el Instituto Nacional de Semillas, para que no las tuvieran que crear los productores, sino quienes se dedicaran a ellas y en las mejores condiciones. Con Wilson nació la idea de planificar a largo plazo; nació la idea de combatir el minifundio y el latifundio; nació una propuesta de país integrado, integrador y descentralizado. Nació un tipo que con mucho coraje se animó a enfrentar su tiempo, y fue protagonista siendo muy joven –sobre todo para aquella época–, mientras enfrentaba a su propio partido, que también requería una transformación.

         Wilson fue protagonista de una corriente imponente, que en el año 1971 desafió a su propio partido y se lo llevó por delante. Fue capaz de llamar dentro  su partido a los que no pensaban como él y de crear una corriente que denominó Por la Patria, a la que se incorporaron blancos independientes y también herreristas. Y cuando fue a buscar al Toba, a Santoro, a Ortiz, creó un movimiento llamado a ganar dentro del partido y llamado a ganar dentro del país, porque como protagonista de ese tiempo generó, también, una ilusión de transformación nacional. Wilson fue, esencialmente, eso: un hombre que siempre estuvo adelante del cambio generando ilusión, entendiendo su tiempo pero con visión de futuro.

No vamos a revisar qué pasó en esa elección, pero sin duda Wilson fue el hombre más votado de aquel tiempo.

Fue protagonista de tiempos difíciles, de enfrentamientos, y fue capaz de hacerse un lugar en el mundo polarizado, bipolar de la Guerra Fría, que tuvo como territorio de enfrentamientos a nuestra América Latina, patio trasero de un imperio, pero también meta y botín de otra ideología. Ese mundo encontró enfrentados a los latinoamericanos, en particular a los uruguayos, entre la visión de un gobierno caracterizado por su gobernante y una guerrilla que venía alumbrada por una enorme mística nacida en Cuba, que se expandía por América Latina y llegaba como solución. Ese país de guerrilla de un lado y represión del otro, parecía no dar lugar a nada más. ¡Nadie podía tener lugar en aquel Uruguay! y, sin embargo, aparece ese hombre, abanderado de una causa nacional que, con respuestas y propuestas nacidas acá, es capaz de generar un pensamiento propio que recoge de un lado, recoge del otro, y que no se aparta de los principios fundamentales, de la defensa de los valores fundamentales del partido de Oribe, de la institucionalidad más cara de este país, pero proponiendo un cambio. Era un cambio que, obviamente, preocupaba a unos por las banderas que levantaba, y preocupaba a otros porque creían que esas banderas les podían ser arrebatadas. Aquella era una propuesta de transformación y de cambio arraigada en el país verdadero, con gente atrás, con pueblo atrás, para cambiar. ¡Fue un fenómeno inigualable!

Tenía el magnetismo típico del líder y del caudillo, mezcla de lo antiguo y de lo moderno, capaz de interpretar y de decir las cosas de tal forma que generaba en el otro –entre los que me encontraba– el pensamiento: «¡Eso era lo que yo pensaba y no sabía decirlo!». Eso es el líder: el que es capaz de decir lo que la masa piensa, el que abre el camino e ilumina. No había que ir a buscar a nadie para que viniera a militar; ¡nos venían a buscar, Guillermo! ¡Nos golpeaban la puerta y decían: «Quiero un cartel»! ¡Iban solos!

Y cuando vinieron los tiempos duros se transformó en el más implacable enemigo de quienes usurparon las instituciones, la libertad, la democracia, nuestros derechos. Wilson fue solidario con blancos, colorados y frenteamplistas de todas las corrientes, porque estuvo del lado de la libertad en tiempos en los que todo era blanco o negro: estabas de un lado o estabas del otro. Él fue abanderado de una causa y, como exiliado, recorrió el mundo y peleó por este país; se juntó con los que se tuvo que juntar, se solidarizó con ellos y entendió lo más importante que había que entender. Fue criticado en mi partido y en otros por ser capaz de trabajar en conjunto con los que pensaban diferente. Nos enseñó que dialogar con el que piensa igual es muy fácil; el asunto es acordar cosas comunes con el que es diferente.

Le dimos duro por la convergencia democrática; lo castigamos por algunas amistades que tuvo, pero no perdió el rumbo. Siempre nos habló de que, como el barco, no había que confundir el rumbo con la singladura; para enfrentar la ola, a veces el barco hace el zigzag de la singladura, pero no pierde el objetivo. Wilson nos enseñó que a veces había que hacerlo, pero sin perder de vista el destino de ese barco.

Alumbró generaciones y nos hizo sentir  orgullosos de ser blancos. A esta colectividad vieja, antigua, a veces desteñida, hizo arribar nuevas generaciones de militantes, de luchadores comprometidos, de gente que tomó riesgos en su puesto de lucha, pero ninguno era tan arriesgado como el que él tenía. ¡Ninguno! Hizo que volviéramos a sentirnos orgullosos de ser blancos. Por eso es que duramos tanto tiempo a pesar de lo que nos pasa; por eso no se puede pronosticar que el Partido Nacional no va a estar. ¡Siempre va a estar, sin importar cómo nos vaya!

         Wilson fue protagonista de aquel tiempo. Y también fue protagonista de un tiempo de construcción democrática cuando salió de la cárcel, cuando con todo derecho pudo haber criticado o cuestionado una democracia que salía renga, porque lo hacía de espaldas al obelisco, mirando un acuerdo que lo había mantenido preso hasta dos días después de las elecciones, pero nos sorprendió a todos con la idea de la gobernabilidad. ¡Fue capaz de demostrar que el país está primero!, pero también empezó a alumbrar en el partido el tiempo de prepararse para ganar.

         Nosotros, los jóvenes militantes de aquel tiempo, que teníamos una espalda dura por haber luchado, que habíamos hecho ayuno por la libertad de Wilson, de Juan Raúl y de todos los presos políticos, que nos habíamos sublevado en la Facultad de Derecho por Wassen Alaniz y por tantos otros, que habíamos aprendido a ser intransigentes, estábamos un poco descarrilados para el tiempo que Wilson estaba protagonizando. Entonces, un día llamó a algunos de nosotros, nos metió en una pieza y empezó a hablarnos. Recuerdo algunas de las cosas que nos dijo y lo haré por siempre, porque a partir de allí cambió mi razonamiento. En ese momento nos dijo: «A los blancos nos gusta mucho estar en las cuchillas y nos sentimos muy cómodos allí. La oposición nos sienta bien, pero, miren muchachos: desde la oposición se puede impedir, proponer y cambiar algunas cosas, pero para transformar el país ¡hay que ganar! Tenemos que ganar».

Ese era el protagonista de aquel tiempo: había que transformar un partido en una estructura política capaz de manejar el poder. Y ese fue el aporte que todavía creo no fue bien entendido por mi colectividad: que se puede ganar sin tener el poder y que Wilson iba por el poder, porque solo así podíamos cambiar. Fue así que empujó generaciones para que se metieran en el movimiento social, en el estudiantil y en el sindical. Lo hizo con Miguel Cecilio a la cabeza, que venía de la izquierda, pero que antes había sido blanco, herrerista. Empujó aquella Secretaría de Asuntos Sociales que anidó en el movimiento sindical, del que salieron dirigentes que para Wilson eran, primero y antes que nada, ladrilleros, y después blancos. Fue así que jóvenes estudiantes universitarios empezamos a pelear por la autonomía y el cogobierno, y contra la dictadura; nos levantamos contra el plebiscito de 1980 y nos sentimos orgullosos de ocupar un lugar allí, igual que todos. Y fundamos la Asceep, fuimos al Consejo Federal en los Conventuales, integramos el ejecutivo de la FEUU y logramos el cogobierno. Aquí hay protagonistas de esos tiempos.

         También nos metimos en el interior con la Federación de Estudiantes del Interior –así nació la FEI–, y en Secundaria, con la Federación de Estudiantes de Secundaria. Algo similar sucedió con los jubilados, junto a don Luis Colotuzzo, y con los profesionales. Aquello era un hervidero de militancia social que se sumaba a las coordinadoras de la juventud, a las barriales y a la militancia que pintaba muros, ponía afiches y en la calle no le regalaba un metro a nadie, porque entendió que para cambiar el país hay que conocerlo. Se necesita conocer a su gente, investigar, estudiar y soñar pero, además, controlar las variables del poder que no solo están en los ámbitos formales. Estas son algunas de las cosas que nos enseñó.

         En consecuencia, hoy quiero rendir homenaje a ese protagonista de todos esos tiempos. Claro que me queda el Wilson de las dos manos en V, de la media vuelta de su cuerpo cuando saludaba a su gente y con una enorme dignidad personal, y el respeto casi temeroso de los oficiales militares que se lo llevaban; saludaba simbólicamente a su pueblo que lo despedía, mientras paradójicamente se iba a la cárcel a defender la libertad. Mientras caminaba, nos hacía sentir orgullosos de tener un líder de ese calibre,  de ese tamaño personal y político. Porque ¡hay que tener coraje para ir preso! ¡Hay que tenerlo! ¡Y hay que tener dignidad para hacerlo así!

Me quedo con ese Wilson; todos lo hacemos, pero hay mucho más. Logró transformar su nombre en idea; el abanderado llegó a ser bandera. Hoy es wilsonismo lo que le hace falta al país. Su nombre es recuerdo, sí; es emoción, claro; es admiración, también. Pero creo que fundamentalmente su nombre es ilusión. En lo personal, Wilson me genera inspiración.

Nuestro Compromiso con Usted es un libro de historia, es la respuesta política de ideas para aquel tiempo. Buena parte de lo que propuso se quedó en otro país, en otro mundo, pero su actitud es la bandera, la capacidad de entender el presente para encarar los cambios.

         Como dice la Marcha de Tres Árboles: «Vivir es combatir». Esa fue la vida de  Wilson y ese es el mensaje que nos queda.